En esta ocasión, el relato con el círculo de escritura creativa fue en un homenaje a David Bowie a través de su canción Space Oddity.
Una rara en el espacio
Incluso desnudos olemos a barbacoa, lo cual me genera placer, no por tratarse de mi comida favorita, sino por la afirmación sobre el olor a carne asada del espacio exterior. Ese fue el primer guiño a nuestra escapada de temática espacial al bosque, organizada por papá para realizar experimentos, observar estrellas y arreglar el cohete que había construido para el proyecto escolar fallido. Agradecí su iniciativa para animarme después de haber fracasado y provocado tan grave accidente durante el lanzamiento en el campo de fútbol de la escuela. Aquel día prometía, había trabajado duro para demostrar mis conocimientos aeronáuticos. Sin embargo, igual que los astronautas, estaba rodeada de peligros. Él lo sabía, lo vivía también a diario, por eso fomentaba mis aspiraciones científicas, forjando habilidades para garantizar mi supervivencia, y alejando pensamientos negativos sobre si realmente, dada mi condición, podría convertirme en ASCAN.
Mi cohete -marcado con las siglas MAP2K6, en referencia al cromosoma que promete terapia para el síndrome de hipertricosis congénito-, para nada resultó ser inocuo, debido a su combustible, una mezcla inflamable de nitrato de potasio y azúcar para propulsar su motor. Al llegar con ese artefacto, mis compañeros de clase comenzaron a reír. Gritaban: “¡Eh, mono del espacio!”. Quedé perpleja al escuchar: “¿Quieres aullar desde la Luna, mujer loba?”. Parecía como si aquella voz hubiese traspasado mi cinturón de neuronas y descubierto mi obsesión para, sí, gritar desde ese satélite, aunque el sonido no se desplace, como reclamo a los habitantes de la Tierra por tratarnos cual animales.
Con las remanentes vetas de orgullo, coloqué mi nave en vertical. Al encender la mecha, cegada por una combinación de humo, vellos y vergüenza, tropecé con mi instalación y el cohete cambió su trayectoria, realizando una parabólica que sobrevoló el corro aterrorizado, haciendo añicos cristales e impactándose en la cabeza de un crío.
Pasó el tiempo. Las amenazas y culpa no cesaron. Aquel episodio empañó mi historial, afectando mi órbita.
Esta tarde, entre bengalas de colores para recrear una nebulosa, último truco de mi padre, me comunicó: «No volveremos. Viviremos como lobos». No hay nada que pueda hacer.