En 2019, escribí este relato titulado «Una rara en el espacio« como parte de un ejercicio de escritura creativa libre. Esta narrativa, inspirada en temas de exclusión, aspiraciones científicas y relaciones familiares, captura una historia personal y emotiva en un universo imaginario. Fast Forward a 2024, transformé este texto en la base de un proyecto experimental que utiliza IA generativa, específicamente para la creación de imágenes y contenidos visuales inspirados en mi escrito original.
Fases del proyecto (en proceso):
Selección de fragmentos clave para prompts:
Identifiqué momentos visualmente potentes del relato, como:
- El lanzamiento fallido del cohete MAP2K6.
- El bosque con temática espacial recreado por el padre de la protagonista.
- Las bengalas de colores simulando una nebulosa.
- La protagonista enfrentando el acoso y su deseo de superación.
Experimentación con IA generativa de imágenes:
Usando herramientas de IA generativa, el objetivo es generar visuales únicos basados en descripciones detalladas de estas escenas. Estas imágenes servirán para:
- Explorar estilos visuales que varíen desde lo surrealista hasta lo futurista.
- Crear interpretaciones alternativas del texto, resaltando emociones y simbolismos presentes en la narrativa.
Análisis del proceso creativo con IA:
- Documentar cómo las sugerencias de la IA influyen en el desarrollo visual de la historia.
- Reflexionar sobre el papel de la subjetividad humana al seleccionar y ajustar resultados generados.
- Identificar los límites y oportunidades de la IA como herramienta de co-creación.
Integración en un formato multimedia:
Aunque este proyecto está en su fase inicial, la meta futura incluye:
- Diseñar una experiencia interactiva o una galería virtual donde las imágenes y el texto convivan.
- Explorar la posibilidad de animar algunos fragmentos visuales con vídeo generativo para realizar una animación.
Texto original:
Una rara en el espacio
Incluso desnudos olemos a barbacoa. Es un olor que me genera cierto placer, no porque sea mi comida favorita, sino por esa afirmación curiosa sobre el aroma a carne asada que dicen tiene el espacio exterior. Ese fue el primer guiño de nuestra escapada al bosque, una aventura de temática espacial organizada por papá para realizar experimentos, observar estrellas y arreglar el cohete que había construido para mi fallido proyecto escolar. Agradecí su iniciativa; quería animarme tras el fracaso y el grave accidente que causé durante el lanzamiento en el campo de fútbol de la escuela.
Aquel día prometía. Había trabajado duro para demostrar mis conocimientos aeronáuticos, pero, igual que los astronautas, estaba rodeada de peligros. Papá lo sabía, lo vivía también a diario. Por eso fomentaba mis aspiraciones científicas, ayudándome a forjar habilidades que garantizasen mi supervivencia y alejando los pensamientos negativos sobre si realmente, dada mi condición, podría algún día convertirme en ASCAN.
Mi cohete, marcado con las siglas MAP2K6 en referencia al cromosoma que promete una terapia para el síndrome de hipertricosis congénita, resultó ser todo menos inocuo. Su combustible era una mezcla inflamable de nitrato de potasio y azúcar para propulsar el motor. Al llegar con ese artefacto a la escuela, los compañeros comenzaron a reír. Gritaban:
—¡Eh, mono del espacio!
—¿Quieres aullar desde la Luna, mujer loba?
Sus burlas me dejaron perpleja. Parecía como si sus palabras hubieran atravesado mi cinturón de neuronas, revelando mi más íntima obsesión: gritar desde la Luna, aunque allí el sonido no se desplace, como un reclamo para los habitantes de la Tierra que nos tratan como animales.
Con las últimas vetas de orgullo, coloqué mi nave en posición vertical. Encendí la mecha, pero una combinación de humo, vellos y vergüenza me cegó. Tropecé con mi propia instalación, y el cohete cambió su trayectoria. Realizó una parábola imposible, sobrevoló el corro aterrorizado de niños, rompió cristales y terminó impactando en la cabeza de un crío.
El tiempo pasó, pero las amenazas y la culpa no cesaron. Aquel episodio empañó mi historial y afectó mi órbita.
Esta tarde, mientras encendíamos bengalas de colores para recrear una nebulosa —el último truco de mi padre—, me miró y dijo con firmeza:
—No volveremos. Viviremos como lobos. No hay nada que pueda hacer.